Son las 7:40 pm de hoy martes en la casa de Gabriel y Ana María. Aunque es hora de la comida y los cuatro integrantes de la familia están en esa labor, en el comedor no hay más que una luz que se proyecta sobre el salero de cerámica que trajeron de uno de sus viajes. La tercera temporada de una serie medieval está en su mejor momento y por eso es prácticamente imposible que Juan Andrés pause su computadora para saborear su arepa con queso derretido. Tiene 16 años, le gusta el fútbol y aunque cuenta con 1.354 seguidores en Instagram sólo le interesan los likes de una persona en particular. Está profundamente enamorado de Daniela González, (que tiene 19), la hermana de una compañera de clases que no le corresponde a pesar de todo lo que ha hecho por conquistarla en los últimos seis meses. Tiene sus ojos en la serie pero su mente, ya derrotada, en el último día que almorzó con ella.
Silvia tiene 12 años y un poco de sobrepeso. Lo que explica el plato con cereal y fresas picadas que reposa junto a ella, aunque aún está intacto. Está acostada a los pies de la cama de sus papás viendo en el televisor y por enésima vez, videos en youtube de un grupo pop de origen coreano que es famoso en todo el mundo, suspirando cada vez que su integrante favorito tiene el turno de cantar. Siempre ha sido un misterio para la familia cómo hace para reconocerlos, – “si todos son iguales”, le dicen. Gabriel y Ana María están también recostados sobre la cama aunque juntos pero no revueltos; el primero está concentrado en terminar un documento muy importante para su trabajo que no puede esperar al siguiente día, y la segunda está navegando en la página de Falabella.com con la intención de encontrar un air fryer en oferta, uno de los productos más vendidos el año anterior para cocinar con aire caliente la comida de siempre pero sin aceite, eso dicen. En este instante lo único que comparten es el mismo plato para tomar de allí la porción de pizza que guardaron del fin de semana.
Lamento decirles que esta no es una escena poco frecuente en esta casa sino es más bien la norma. Hoy es martes en la noche pero se repite indiscriminadamente cualquier día y casi a cualquier hora. El desayuno es el momento del día donde al menos se encuentran dos o tres personas en el comedor, todos con afán por sus labores diarias pero en esos pocos minutos hay algo de conversación. Los últimos dos meses no se han reunido los cuatro una sola vez porque Juan Andrés siempre quiere estar sólo. – Cosas de la edad, dice Gabriel.
Les hablo desde el estudio de la casa, mi nombre es Jean Book, de Norma.
– Están controlando sus vidas, es que no lo ven?
– Es envidia lo que tienes cuadernito porque el mundo cambió. No tenemos la culpa de que ya casi nunca te utilicen.
– No es eso Netflix, estoy preocupado realmente y sobre todo por el muchacho. Mi argumento es que están abusando del uso de marcas digitales como ustedes, si hiciera parte de su grupo créanme que estaría diciendo lo mismo. Juan Andrés está cada vez más aislado y esa tristeza que tiene no la habla con nadie. La niña esta acomplejada por su peso pero no hace nada para sentirse mejor; el deporte no existe en esta casa.
– Tu sabes todo lo que yo puedo ofrecer, soy Google y tengo toda, óyeme bien, toda la información que cualquier humano puede necesitar en su vida. Eso no es suficiente?, cualquier problema lo pueden resolver conmigo, yo los informo y ellos deben actuar.
– Sí pero no lo están haciendo en realidad, la forma de ignorar sus problemas es consumiendo en exceso los contenidos ilimitados que ustedes les están ofreciendo, se han vuelto individualistas, inseguros, consumistas y sedentarios. Sin mencionar que dejaron de leer y por supuesto de escribir, que es una forma de liberarse. Es lo que digo.
El silencio se tomó el lugar por unos segundos …..
– Oye youtube ponte mejor un video y nos relajamos, Jean Book si quieres verlo con nosotros no hay problema – Dijo Google.
Está claro que no los iba a hacer cambiar de opinión, están en la cima y eso los nubla. No olvido cuando yo también lo estuve.
Acudí entonces a una de las formas más antiguas pero tal vez más bonitas de comunicarse: por medio de cartas. Finalmente para eso me usaron muchas veces en las aulas de clase de colegios y universidades, cuando el amor gozaba de procesos más lentos de conquista y aún se valoraba el romanticismo. Decidí escribir dos: una para Gabriel de parte de Silvia y otra para Ana María de parte de Juan. Lo pensé de esa forma porque siempre he sabido que los papás se mueren de amor por sus hijas y de la misma forma lo hacen las mamás por sus hijos; algún secreto debe haber con respecto a los sexos contrarios entre padres e hijos que permite este fenómeno.
– Papi: Te escribo esta nota para decirte que te amo. Ya no hablamos tanto como antes y extraño mucho las noches de cuentos de papi y silvi, te acuerdas? El mejor año de mi vida fue cuando tuve 8 años porque pasabas más tiempo conmigo, hasta fui un día a tu trabajo. Este año he estado triste porque a mi amiga Juliana la sacaron del colegio y las demás niñas me siguen molestando diciéndome repollo; siento que las odio. Por qué tienes tanto trabajo?, por qué no descansas al menos el fin de semana y pasamos tiempo como antes? Es porque me engordé y ya no me quieres por eso? Silvi.
– Mamá: Aunque les he pedido privacidad y les digo que no me gusta que me pregunten cosas, la verdad es que si quiero. Mi vida se ha complicado desde que cumplí 14 y hay días en que no me siento feliz. Ustedes me dan todo lo que necesito pero hoy tener cosas es lo que menos me importa. Hay una niña que me gusta mucho pero no me para bolas, tiene un novio de 20 años que estudia con ella en la Universidad y eso me tiene con el ánimo abajo. Por favor hablen conmigo. Extraño contarte mis cosas mamá. Juan.
Esperé al fin de semana para ubicar las cartas donde sus destinatarios las pudiesen encontrar. El sábado a primera hora Gabriel abrió como todos los días su computador portátil y se disponía a buscar algo en Google antes de revisar el correo electrónico. Encima del teclado estaba la hoja doblada en cuadritos. Al terminar de leer pensó que era algo entre él y su hija, algo privado de su relación como padre y su regalo más preciado y por eso no se lo contó a Ana María, quien aún dormía a su lado. Se levantó de la cama, fue a la cocina a servir cereal con leche y preparar una tostada con mantequilla tal como recordaba que le gustaba a Silvia.
Pasó dos horas enteras con ella hablando de su trabajo, del colegio y el bullying, de no darle importancia a lo que dicen los demás y hasta del grupo de pop coreano. No se sentía así de pleno hacía meses, podría decir que años.
Ana María durmió hasta tarde ese día. Al despertar supuso que Gabriel estaba trabajando en el estudio, tomó su teléfono para revisar Instagram y pasó 40 minutos viendo las historias de sus contactos. Cuando fue consciente de la hora recordó que tenía cita con la manicurista y debía arreglarse con urgencia por lo que corrió al baño para abrir la ducha y mientras tanto alistar la ropa que iba a usar. Encontró la nota en el cajón de la ropa interior, la leyó detenidamente y volvió a dejarla allí para retomar el tema a su regreso. Se despidió de su esposo e hija quienes hablaban alegres en el comedor y luego salió al garaje por el carro mientras pensaba en el contenido de la carta.
Tres horas después sonó su teléfono, Ana María estaba a 15 minutos de regresar a casa según la pantalla de Waze y permaneció en silencio desde que terminó la llamada hasta entrar al parqueadero de la clínica San Rafael.
– Legué tarde Gabriel, llegué tarde. Le decía a su esposo entre lágrimas.
La familia tuvo sin embargo una nueva oportunidad, de eso estaba convencida Ana María al terminar el proceso de desintoxicación y salir con su hijo de la clínica dos semanas después. Siempre se preguntó cuál fue la razón que la hizo posponer la charla sobre la carta para asistir a una cita tan irrelevante como ir a la manicurista.
Días después el comedor volvió a ser lo que era y ahora la luz se proyectaba sobre la cabeza de Silvia que no paraba de hablar de su nueva mejor amiga del salón. El tiempo de la comida se volvió prioridad para todos, los teléfonos se apilaban en una repisa que colgaron en la pared de la sala exclusivamente para ello, y había horarios para Netflix.
Durante las cena de todos los días Google se las arreglaba para hacer llegar al menos dos correos electrónicos a la bandeja de entrada de Gabriel, los primeros días todos escuchaban la notificación aunque seguían hablando. Tiempo después ni siquiera eran conscientes del sonido.
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